ROSI PARDAGUNDE
OS DE TAN

Hace muchos años que conozco a las personas que he fotografiado en este proyecto, pero tras el confinamiento y saber que habían decidido irse a vivir al paraje de Viña de Tan a consecuencia de la pandemia, decidí escribirles para contar su historia. Así conocí a la familia y acabé conviviendo con ellos entre el verano de 2020 y finales de 2022. Dos años en los que yo y mi cámara nos convertimos en un miembro más. Dos años en los que, juntos, hemos aprendido a vivir de una forma diferente, ni mejor ni peor, pero una vida en pandemia, con el Covid siempre presente. Cambiar las cuatro paredes de un piso que nunca antes se había asemejado a una prisión por la vida en una casita de campo fue un gran reto para ellos. En todos los sentidos. Entre castaños, Víctor empezó a compatibilizar sus aparellos de mariñeiro con los de albañil, desdibujando sus días y sus noches, cayendo presa del cansancio en las sobremesas y las pocas horas de sofá. A Isa la pilló en el paro, en el impasse de un cambio de jubilación en la notaría en la que trabajaba. El idílico pero apartado paraje pausó el ritmo que reclamaba el joven pulso de Dani y Lucía… Pero la vida que no seguía, tenía que seguir. Y así, los días y semanas se convirtieron en años y se abrió paso una vida vivida muchos años antes en aquella casa, de juegos en el campo con hermanos y primos, de fuertes cimentados con ramas, de tardes de charlas bajo los árboles… Un lugar siempre abierto para amigos y familiares necesitados de olvidar por unas horas las mascarillas y restricciones que nunca pensaron vivir. Pero también volvió la vida cotidiana. Las tardes de estudio, las novias de adolescencia, los entrenamientos de gimnasia rítmica… También eran cuatro paredes, pero en Viña de Tan se respira mejor.