EDU PORTELA
PRIMAVERA NEGRA

Decía Machado en aquel poema “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.
Recordé este poema la primera vez que vi una imagen de Eduardo Portela. También, cuando tiempo después nos conocimos, pensé en el poema y cómo las imágenes nos hablan de la persona que las captura. Nos dicen, nos mienten, nos desvían, o acaso… ¿nos descubren la verdad más íntima?

Porque Edu, en el trato personal, es un ser tierno que maneja una ironía refinada, pero también, cámara en mano, un ser capaz de tomar fotografías crudas, salvajes, incómodas como un vertedero de dolor.

En esas dos caras del espejo vive la imagen de Portela. El perro que enseña sus colmillos sobre una mano no se sabe si es el perro que muerde o el perro de Goya que suplica ayuda para salir del hoyo.

Cada vez que me encuentro con Eduardo intento adivinar ante qué fotógrafo me hallo: si el que hiere con sus imágenes o el que busca la redención. Mi única certeza es creer saber que las usa como terapia, como ocurre con sus admirados García Alix o Antoine D’Agatha. Porque hay fotógrafos que manejan esa ambigüedad: la frontera entre quienes muestran lo que ven afuera y quienes fotografían la hiel que les remueve dentro.

Eduardo, sin embargo, es de los que se desnudan. Fotografía su mundo, lo que conoce y le es cercano: sus amigos, sus parejas, su familia. Y lo hace de una manera frontal, directa, violenta, brutal, desgarradora…, retando al observador a mantenerle la mirada. Edu (se) expone, se muestra en cada imagen, con cada una de sus mil máscaras que no son más que el salvavidas de su propia memoria, y es el espectador frente a la fotografía quien, lejos de mirar, resulta ser el observado.

A mí, personalmente, me encanta su juego. Disfruto enormemente observando la incomodidad que despiertan sus imágenes, el hecho de no resultar indiferentes las hace únicas y valiosas.

Puri Díaz.